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Escritora: Elfriede Jelinek
Hacía tiempo que no encontraba un
libro tan incomprensible, pudiendo decir que puede resultar incluso a ratos
insoportable, pero al mismo tiempo tan adictivo, hasta el punto que
al final lo leí dos veces. No digo más.
Empecé a leerlo, saltándome el
prólogo, como acostumbro a hacer, algo que ya aviso no se debe hacer aquí, porque en este caso el prólogo resulta una excelente ayuda, casi como una traducción.
Bueno, pues dentro de ese creer no estar comprendiendo nada, aún así no podía dejar de leerlo, había algo casi subliminal que me parecía muy valioso, y que quería comprender, se captaba en el libro la existencia de un mensaje de los que dejan huella. De hecho, Susana Hernández y yo, ahora cuando hablamos, y comentamos tal-y-tal-qué-cosa, si decimos: “Esto es a lo Jelinek” sabemos muy bien de qué estamos hablando.
Bueno, pues dentro de ese creer no estar comprendiendo nada, aún así no podía dejar de leerlo, había algo casi subliminal que me parecía muy valioso, y que quería comprender, se captaba en el libro la existencia de un mensaje de los que dejan huella. De hecho, Susana Hernández y yo, ahora cuando hablamos, y comentamos tal-y-tal-qué-cosa, si decimos: “Esto es a lo Jelinek” sabemos muy bien de qué estamos hablando.
Decir Jelinek es cuestionar todo el
orden social establecido, un orden tan antinatural para la mujer como
tan aceptado por ella y de forma inconsciente, al estar basado en una
herencia tan arraigada en nuestro subconsciente que nos es casi
imposible identificarlo. Permanece así como una fuerza invisible que
nos determina.
Jelinek trata de desenmascarar a este
pensamiento impostor, que tan poco favor hace a que la mujer pueda
llevar una existencia real. Real, sí porque en esto se centra el libro. Para Jelinek, la mujer no ha conseguido SER.
Todos nos encontramos predeterminados,
sí, claro, pero mientras al hombre se le ha permitido ser, a la
mujer no, y lo que es peor: no lo sabe. Ella existe, sí, pero en
función de él.