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La fórmula preferida del profesor

Escritora: Yoko Ogawa
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Si en filosofía tenemos “El mundo de Sofía”; en física cuántica “La puerta de los tres cerrojos”; se podría decir que en matemáticas, tenemos “La fórmula preferida del profesor”.

Encuentro esta correspondencia porque la escritora de verdad consigue contagiarte de lo que de importante y sorprendente hay detrás del estudio de la teoría de los números, de las proporciones que encierran, tan exactas, siguiendo una regla, un ritmo, como si se tratase de música.
Y esta forma de relacionar las matemáticas con la belleza y un ritmo reglado, me recuerda a lo que decía otro profesor, George Steiner, en la que hablando de los idiomas, comentaba que hay dos lenguajes que no se pueden traducir: el de la música y el de las matemáticas, que sencillamente, se entendían o no.

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Cándido

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Escritor: Voltaire

Erase una vez un reino en Westfalia (Alemania). Dentro de sus murallas vivían protegidos entre otros, Cándido; su amada Cunegunda; y el filósofo del reino, Pangloss.
En este reino la filosofía conocida es el optimismo, que afirma que todo lo que sucede en este mundo es lo que tiene que ser, pues todo va encadenado a lo que será su fin, ya que todo efecto tiene su causa. Y para que entendamos esto, nos cita un ejemplo que bien nos ilustra lo peligroso de nuestros razonamientos:
¡A ver! ¿por qué si no tenemos nariz?: pues para poder apoyar las gafas, es por eso que usamos gafas. Como se ve las narices y las gafas son la causa y el efecto.

¡Pero …! por una u otra razón, los habitantes del reino de Westfalia pierden su cobijo, y acaban como el resto de la humanidad vagando por el mundo abierto buscando satisfacer las necesidades humanas, en la extrema crudeza del siglo XVIII, y lo que de aquí surge es muy gracioso, no tanto para los personajes, como para el lector.
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La muerte enamorada

 
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Escritor: Théophile Gautier

Otro relato de vampiros de esos que relajan una barbaridad.

Como suele suceder con este tipo de relatos, el sujeto superviviente de una de estas criaturas tan maléficas nos cuenta, para nuestro deleite, esas cosas tan extraordinarias que si no es porque nos apetece creer, no podríamos creer.

En este relato, el superviviente es un cura rural de 66 años. Se llama Romualdo, y respondiendo a una pregunta de uno de los hermanos de su congregación, sobre si ha conocido alguna vez el amor, éste mirando al infinito y “apenas sin atreverse a remover las cenizas de su recuerdo”, traslada su mente a sus 25 años, cuando estando en el mismo acto de la ceremonia de su ordenación, en una relajación de sus ojos, estos se desvían y se encuentran con la belleza más extraordinaria de una de estas criaturas tan fascinantes, que dará un giro radical en sus deseos. Esta criatura es: Clarimonda.

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Esperando a los bárbaros

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Escritor: John Maxwell Coetzee.

“Los imperios no han ubicado su existencia en el tiempo circular, recurrente y uniforme de las estaciones, sino en el tiempo desigual de la grandeza y decadencia. La inteligencia oculta de los imperios sólo tiene una idea fija: cómo no acabar, cómo no sucumbir, cómo prolongar su era” 

El narrador del libro es un magistrado que lleva ejerciendo la administración de un pueblo fronterizo desde hace 30 años. Es de los que creen “en la paz, y tal vez incluso en la paz a cualquier precio”, como dice, su única aspiración es vivir “una vida tranquila en una época tranquila”. 

Pero llega un destacamento militar, debido a rumores de que los bárbaros están preparándose para atacar. Un coronel está a cargo de estas operaciones, porque hay que investigar e interrogar para anticiparse al enemigo. El resultado no será el que esperamos, los soldados-salvadores suelen traer consigo también la prostitución, los robos y la violencia e intimidación, además de dar al bárbaro los suficientes mártires para que el rumor, en el caso de que fuera un rumor, se convierta en realidad.